Niños y niñas de Ucrania han pasado 900 horas en búnkeres, más de un mes de su vida
Kiev, 20 de febrero de 2023. Los niños y niñas en Ucrania se han visto obligados a esconderse bajo tierra durante una media de unas 920 horas en el último año −lo que equivale a 38,3 días o más de un mes− desde la reactivación del conflicto el 24 de febrero del pasado año, según ha calculado Save the Children.
Tras casi un año demoledor para la infancia, Save the Children ha evaluado esta problemática en su nuevo informe, A Heavy Toll. En él se esboza el peligro constante al que se enfrentan niños y niñas cada día en Ucrania, y se destaca la angustia psicológica de haber sido testigos de la violencia, la separación de la familia y de sus amistades, el desplazamiento o la falta de acceso a la educación.
El año pasado se anunciaron un total de 16,207 alertas de ataques aéreos, con una duración media de una hora, según fuentes que utilizan datos oficiales para calcular el número y la duración de las alarmas antiaéreas en toda Ucrania. Estas sirenas avisan a la población de la amenaza de ataques por aire para que se dirijan a los búnkeres para refugiarse. Personas adultas, niños y niñas pueden llegar a pasar hasta 8 horas bajo tierra sin poder salir, debido a los continuos ataques con misiles.
En Járkov, por ejemplo, sonaron más de 1,700 sirenas el año pasado y duraron unas 1,500 horas en total, mientras que en las regiones de Donetsk y Zaporiyia se produjeron más de 1,100 horas de alarmas en cada una.
A lo largo de la línea del frente en el sureste de Ucrania, los bombardeos casi nunca cesan. Allí, las familias se han visto obligadas a abandonar sus hogares −muchos de ellos ahora destruidos− para vivir bajo tierra sin poder cubrir sus necesidades básicas, como electricidad, agua o calefacción.
"Todos llorábamos, estábamos muertos de miedo", recuerda Sophia (nombre ficticio), de 16 años, cuando se despertó con las explosiones y las sirenas el 24 de febrero de 2022 en Járkov. Tras ser desplazada varias veces, consiguió que la evacuaran a ella y a otros ocho niños y niñas a Transcarpatia, cerca de la frontera con Eslovaquia, donde vive ahora con su abuela.
Aunque esa región occidental se considera una de las más seguras, Sophia dice que el sonido de las sirenas sigue siendo frecuente. Cuando suena, Sophia suele pasar una hora en un sótano oscuro y frío bajo su casa unifamiliar. Sin embargo, si la alarma la sorprende mientras está en el colegio, refugiarse se convierte en una carrera de obstáculos.
"Si suena una sirena antiaérea, los alumnos mayores, de 9º a 11º grado, nos vamos al ayuntamiento del pueblo. Allí han equipado un búnker", cuenta Sophia. "Tardamos cinco minutos en llegar corriendo o 15 minutos si vamos andando, pero siempre me he preguntado cuánto tardaría en llegar al refugio si llega el apagón, no oímos ninguna sirena y hay un ataque con misiles... Tardé 47 segundos".
Disponer de un búnker subterráneo equipado y totalmente amueblado no es algo que todo el mundo pueda permitirse, y muchas personas siguen refugiándose en sótanos de bloques de viviendas u otros edificios, a menudo fríos y húmedos.
Los refugios subterráneos en los colegios
En Dnipro, al este de Ucrania, los ataques son más frecuentes. Recientemente, la ciudad se vio conmocionada por un ataque con misiles que destruyó un bloque de apartamentos y se cobró la vida de 46 civiles. Una profesora de una guardería de las afueras de Dnipro ha contado a Save the Children cómo las sirenas antiaéreas son ahora una forma de vida para su alumnado: "Se visten, salen, dan una vuelta por el centro y bajan al refugio... Los niños y niñas tardan unos 3 minutos en prepararse para bajar", explica Svitlana (nombre ficticio), que junto con sus colegas debe evacuar a unos 200 niños y niñas −muchos de ellos con discapacidad− cada vez que suena la sirena.
Con el objetivo de reducir el estrés provocado por las sirenas, el profesorado se las ha ingeniado para llevar a cabo simulacros lúdicos que sirvan para preparar a sus alumnos para las emergencias, para aprender a refugiarse rápidamente.
El sótano de centros educativos como el de Svitlana está ahora equipado para dibujar, jugar y bailar. Además, cada alumno y alumna tiene un puesto con una mochila de emergencia llena de agua, bocadillos, ropa de abrigo y juguetes.
"Estamos en el sótano [porque] hay una sirena. [Vinimos aquí] para que no haya más sirenas. [Aquí] me gusta jugar con pinturas y muñecas", dice Oleh (nombre ficticio), de 4 años, que cuenta su experiencia en este video.
"La verdad es que a los niños y las niñas les gusta tanto [ir al sótano] que la mayoría de las veces preguntan cuándo será la próxima vez que vayamos a la cueva. Así es como lo llaman", explica Svitlana. "Como en nuestras clases hay niños y niñas con necesidades especiales, a menudo se ponen a llorar, así que tenemos un lugar llamado rincón de la soledad en nuestro refugio. Para esos niños y niñas, por supuesto, es mejor estar solos durante algún tiempo y no oír todo ese ruido".
Escondidos en el metro o en un aparcamiento
En ciudades más grandes, como la capital, Kiev, las familias llevan a sus hijos e hijas a aparcamientos subterráneos o estaciones de metro. Algunas incluso han montado tiendas de campaña en estos pasadizos subterráneos en las primeras fases de la guerra.
"[Al principio], cuando despegaban los aviones, nos preparábamos. Tenía miedo durante los primeros días de guerra, pero ahora todo es rutina. Cada uno tiene su mochila. La cogen y salen", dice Maryna (nombre ficticio), madre de dos hijos, cuyo marido e hijos están sentados en el andén en pequeñas sillas que se llevaron de casa junto con bolsas llenas de agua y comida. Ir al metro una vez que se lanzan los misiles es ya un hábito para muchas familias.
Su hija Olena (nombre ficitico), de 12 años, describe cómo es para ella la vida bajo tierra: "Navego por el smartphone cuando suenan las sirenas. Puede que haga los deberes si es durante el semestre. Estamos bajo tierra porque nos lanzan misiles, y es mejor estar aquí sentados por nuestra propia seguridad. Es aburrido. Pero más vale aburrirse que correr peligro".
Consecuencias en la salud
El estrés de la vida cotidiana bajo los bombardeos está dejando graves secuelas en la salud mental de toda la población. La Organización Mundial de la Salud calcula que 1 de cada 5 personas que sufren un conflicto corren un alto riesgo de padecer algún tipo de trastorno mental, y los síntomas se agravan a medida que se prolongan las hostilidades.
Hace un año, el conflicto que se intensificó hasta convertirse en una guerra total cambió drásticamente la vida de millones de familias en Ucrania, que se vieron obligadas a huir de sus hogares para escapar de las atrocidades que se extendían por el país. Muchos niños y niñas fueron testigos de la destrucción de sus hogares y escuelas, así como de la muerte de sus seres queridos por bombardeos y misiles interminables. Ahora que se cumple un año de guerra, la infancia sigue siendo testigo de nuevas oleadas de violencia.
“Los niños y niñas no empezaron esta guerra, pero están pagando el precio más alto. Sin embargo, lo que siempre me asombra es lo resistentes que son para soportar todos los desafíos, y cómo si les damos una oportunidad saben convertir las experiencias difíciles en crecimiento, con un poco de ayuda", asegura Sonia Khush, directora de Save the Children en Ucrania.
Save the Children hace un llamamiento a las partes beligerantes para que cumplan sus obligaciones en virtud del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos, así como que garanticen que la población y los bienes de carácter civil -especialmente los que afectan a la infancia, como hogares, escuelas y hospitales- estén protegidos de los ataques. Los autores de violaciones contra los niños y niñas deben rendir cuentas.
La organización lleva trabajando en el este de Ucrania desde 2014. Desde el 24 de febrero, hemos ampliado drásticamente nuestras operaciones y hemos llegado a más de 800.000 personas −incluidos 436,500 niños y niñas− con distribución de agua y alimentos, transferencias de efectivo y creando espacios seguros para la infancia, además de reconstruyendo escuelas y creando centros de aprendizaje digital en aquellos lugares en los que los colegios han sido destruidos.