Relato de colaborador en Haití: “Nunca me había sentido tan impotente en mi propio país”
Anderson trabaja con Save the Children en Haití, con dos décadas de experiencia colaborando con organizaciones humanitarias. Ha dado respuesta tanto al terremoto del año 2010 como al reciente aumento de la violencia armada. Anderson ha sido testigo del secuestro de cuatro personas cercanas a él y el mes pasado se vio obligado a reubicar a su familia en Puerto Príncipe ante el avance de los grupos armados en su vecindario.
“Han transcurrido seis meses desde que una oleada de violencia armada ha paralizado la capital de Haití, Puerto Príncipe, provocando una grave crisis humanitaria que se ha descontrolado. Sólo este año, unas 600,000 personas -la mayoría niños, niñas y adolescentes- se han visto obligados a abandonar sus hogares. El hambre ha alcanzado niveles récord, la violencia sexual es rampante y nunca me había sentido tan impotente en mi propio país.
Después de 17 años como trabajador humanitario en Haití -incluido el terremoto de 2010- pensaba que ya había visto lo peor. Pero nada podría haberme preparado para el nivel de desesperación que ahora se apodera de mi país.
Crecí en un Haití lleno de esperanza y promesas. Entonces, de niño, creía que podíamos llegar a ser alguien, que podíamos cambiar nuestro país para mejor. Teníamos acceso a la educación, la oportunidad de aprender, de soñar. Las familias significaban algo. El amor no era algo que tuvieras que buscar: venía a ti, de tus profesores, tu familia, tus amigos. Pero hoy, ese Haití ha desaparecido.
Ahora, la mayoría de las familias del país están fracturadas. Los niños y niñas carecen de protección, ya que los padres y madres están demasiado consumidos por la lucha diaria por la supervivencia. Los niños buscan desesperadamente el amor que nunca tuvieron y que tal vez nunca encuentren y, como resultado, se ven atraídos u obligados a unirse a grupos armados en busca de un propósito y protección.
Muchos de los líderes de los grupos armados que hoy aterrorizan a Haití fueron en su día los mismos niños desatendidos tras el terremoto de 2010. Poco se hizo para mejorar sus condiciones de vida tras el terremoto, y nuestra incapacidad para invertir en su futuro -el futuro de Haití- ha tenido consecuencias nefastas. Si estos niños se hubieran sentido escuchados y hubieran tenido acceso a una educación de calidad, una alimentación adecuada y un gobierno que los protegiera, podrían haber elegido un camino diferente. Pero como nación, les fallamos.
La situación actual empezó a deteriorarse rápidamente en el año 2022. Los grupos armados ampliaron su control, creando zonas de anarquía.
Vivo en la zona oeste de Puerto Príncipe, atrapada entre dos grupos armados. Los últimos tres meses han sido una auténtica pesadilla para mi esposa, mis dos hijos (de 12 y 8 años) y para mí. Vivimos en un estado constante de miedo y pánico, viendo cómo los grupos armados obligan a nuestros vecinos a huir a las zonas más al sur del país.
A finales de julio, mi esposa y yo tomamos la difícil decisión de trasladar a nuestra familia a una zona más segura del oeste de Puerto Príncipe, dejando atrás todo lo que teníamos. Pero incluso en nuestra nueva ubicación, no estamos realmente seguros. Ningún lugar es seguro en Puerto Príncipe. Este mes, grupos armados han empezado a avanzar hacia nuestro nuevo barrio. Vivimos con miedo todos los días: a los secuestros, a las violaciones, a un ciclo de violencia que nunca termina.
El año pasado, los grupos armados secuestraron a tres de mis amigos y a uno de mis primos. En todas las ocasiones negocié su liberación y pagué el rescate. Un amigo fue liberado tras un mes de cautiverio. Los secuestradores exigieron que alguien se reuniera con ellos en un cementerio por la noche en una zona de la ciudad muy controlada por las bandas. La familia estaba demasiado asustada para ir, así que fui en su nombre. Mi amigo huyó del país la semana siguiente con su familia, vendió todo lo que tenía y juró no volver nunca a Haití.
Todos los amigos que tenía se fueron de Haití. Los amigos que tengo ahora son aquellos con los que trabajo en Save the Children. Nos aferramos a la esperanza, intentando ser el cambio que deseamos ver en nuestro país. Pero no es fácil. Es imposible ser un trabajador humanitario y no sentirse profundamente afectado por lo que vemos, por el enorme volumen de necesidades y la falta de ayuda que puede entrar en el país y distribuirse a través de las zonas de la capital controladas por los grupos armados. El estrés es abrumador. He acabado en el hospital tres veces por el efecto que ha tenido en mí. Pero seguimos adelante, porque debemos hacerlo. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Hace seis meses, el mundo empezó a darse cuenta del dramático empeoramiento de la situación en Haití. Pero para los que vivimos aquí, el sufrimiento empezó mucho antes.
La crisis que azota hoy a nuestro país persistirá durante décadas sin un cambio significativo, sin que el mundo reconozca el potencial de Haití y apoye a nuestra nación para que se reconstruya en lugar de limitarse a sobrevivir un día más. Sólo entonces podremos ofrecer a las generaciones actuales y futuras de niños, niñas y adolescentes una verdadera oportunidad de recuperar su futuro y romper este ciclo de violencia y sufrimiento. Es una llamada de ayuda de todos los haitianos, especialmente de los niños, niñas y adolescentes al resto del mundo y a nuestros líderes para que inviertan en un cambio real. La situación actual no puede continuar así”.